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“Cuando la vida se divide en un antes y un después”


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Escrito por: Psic. Ayadem Surisadai Landin Mendoza

 

“Desde la experiencia personal y el conocimiento profesional, comparto estas palabras con la esperanza de acompañar a quienes atraviesan el camino del duelo.”

La muerte de mi hermano mayor fue repentina. No hubo tiempo para prepararse, para despedirse, para decir todo lo que tantas veces di por sentado. En un instante, mi vida cambió. Y desde entonces, he aprendido que el duelo no se vive en silencio, se respira todos los días.


Él era más que un hermano: era dedicado, ejemplo, amigo, era él. Tenía esa presencia que te hacía sentir que todo estaba bien. Y de pronto, ya no estaba. Lo supe con una llamada que partió mi vida en dos.


Y no lo digo como una metáfora. Fue literal. Hubo un antes y hay un después. Antes de que el teléfono sonara, vivía con la certeza ingenua de que ciertas personas son eternas. Después de esa llamada, el mundo se volvió frágil. Algo se rompió dentro de mí, y aunque he seguido adelante, ya no soy la misma. Hay una herida que aprendí a mirar de frente, pero que sigue ahí. Hay días en los que sonrío, sí, pero también hay días en los que todo duele otra vez, como si acabara de suceder.


Al principio no entendía. Todo era confusión, rabia, negación. ¿Cómo era posible que alguien tan lleno de vida, tan parte de mí, desapareciera así, sin previo aviso? Me dolía hasta el cuerpo. Me costaba dormir, respirar, funcionar. El mundo seguía, pero yo me sentía suspendida, como si el tiempo se hubiera detenido.


Con el paso de los días, comprendí algo muy importante sobre el duelo: no tiene tiempos fijos ni reglas claras. Las etapas que muchos describen —negación, ira, negociación, depresión y aceptación— no se viven en un orden específico ni con una duración determinada. A veces, todas esas emociones pueden atravesarte en un solo día, o extenderse por semanas, meses o incluso años. No hay un calendario para el dolor, ni una meta a alcanzar. Simplemente se viven, se sienten, se enfrentan.


Hay recuerdos que llegan sin permiso, olores que lo traen de vuelta, canciones que ya no puedo escuchar sin llorar. Pero también hay momentos en los que su recuerdo me arranca una sonrisa, y eso también es parte del duelo.


He aprendido que hablar de él me ayuda. Que decir su nombre es una forma de mantenerlo presente. Que no tengo que “superarlo”, porque su ausencia no se supera, se aprende a vivir con ella. Lo llevo conmigo en mi forma de ver la vida, en las decisiones que tomo, en la manera en que abrazo a quienes amo. Mi hermano ya no está aquí, pero vive en mí. En mi voz. En mi memoria. En el amor que nunca se fue.


Sus hijos son la mejor representación de él. Aunque los dejó pequeños, como familia siempre hemos estado unidos para cuidarlos y acompañarlos en cada paso. Ese amor que nos enseñó a compartir sigue vivo en ellos y en nosotros, un lazo que ni la muerte puede romper.


Si tú estás viviendo un duelo como el mío, quiero decirte esto: no te exijas estar bien. Llora si lo necesitas. Grita si te duele. Habla de lo que sientes. Acepta el abrazo de quienes te quieren. Y cuando sientas que ya no puedes, respira. Solo respira. Porque poco a poco, sin darte cuenta, aprenderás a seguir caminando con ese amor intacto… aunque ya no esté físicamente.


Escribo esto hoy porque se cumplen 11 años desde que mi hermano dejó de estar a mi lado.


Dedicatoria

A mi querido hermano, cuya luz sigue iluminando mi camino cada día. Aunque ya no estés físicamente, tu amor, tu fuerza y tu ejemplo viven en mí y en todos los que te amamos. Este texto es un pequeño homenaje a tu memoria y al vínculo eterno que nos une.

 

 

 
 
 

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